Lavar los platos es una tarea engorrosa, podría decirse ¿por qué no queridos?, ¿los platos queridos? Seguro que si, en ellos depositamos cortos periodos de placer bucal, mental, estomacal, corporal (en general).
Vaya cosa, lavando los platos se piensa muchísimo, se habla, se pregunta desde lo interior, de si es feo lavar los platos hasta como quedará el día de mañana en caso de ausencia ideada a lo laboral sumándole a esto algunos deseos de terminar rápido con la abrumadora tarea mientras que, al mismo tiempo, cantan por detrás: ¡Money, Money, Money! Y claro, no hay dudas de que si.
Se debe ser preciso.
Para hacer precioso el momento, pensar en los viajes a Londres o London, da igual, en ser chef o estrella pop, ¿qué va mejor con uno?, ¿ser uno?, ¿dos?; ¿lo importante del camino?, ¿recorrerlo?. Ya hemos escuchado eso en los horizontes pasados ¿es eso cierto?, ¿y dónde está el camino?
Gracias por enviarme todas estas preguntas, me gusta que sigan incentivados con este entusiasmo pero permítanme decirles, permítanme cambiar de tiempo verbal y especificar que esto es crucial, es una cuestión de un sábado o dos y puede que algunos necesiten más pero eso depende de la personalidad y de la peculiaridad de la sala de espera en la que se encuentren.
Volviendo a la cuestionada ocasión de la acción de lavar los platos y sus preguntas es necesario acotar dos o tres cuestiones más, dichas acotaciones serán internas, vuestras. No extralimitarse es fundamental.
Aquellos que tienen lavavajillas, encontraran su encrucijada en su juego de vajilla atlántica. Como a María José, que aún no sabe bien como llamarse, son muchos a los que el té les gusta con cuatro, dos de azúcar y dos de chuquer, o sin. Es ésta la otra cuestión que veremos pero solo cuando Chiquitita, que está ya viva, cuente como salió del laberinto. Chiquitita has de contar que esta mal, de contar la verdad, has de proveernos dicho favor.
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