martes, 1 de julio de 2008

dESmIEDO

LET
ME
GO.

Cinco y media de la mañana, música árabe polifónica y se abre la puerta.
Chocolate caliente.
A dos cuadras, un personaje reventado, en la esquina, mira con desagravio. Sé lo que pensaste, me dije, sé lo que pensaste pero no cerrarás mi puerta. Frente en alto, crucé la calle, perfecta, pintada con hermosura y prolijidad, blanco, negro, llegué hasta el próximo paso. Ciento seis, y a solo metros, más que el mar, cómodo y confiable.

Horas de placentero sueño a varios kilómetros por hora.

Otro lugar, la misma hora, otro lugar, otro aroma.

Dejo mi ‘pussyman’ en el armario, lo cuelgo bien prolijo y salgo al asfalto, brillos y centellas ahora convertidos en inmaculabilidad, clara y perpetua. ¿Un paso atrás?, ¿tres hacia delante?.

Siete veces adelante, viendo el horizonte brumoso, veo la claridad, enorme, se hace palpable. Disfruto gratamente de la claridad del oriente, y esta vez con confianza, la traigo hacia mí.

Hermosa arena, helado mar, ruidosas y brillosas caracolas, coloridas me enseñan sabiduría por los poros de mis pies, haciendo crujientes mis senderos nervios, agotando la asfixia, produciendo un grito claro al más allá.

Miro la puerta y esta se abre, se abre de forma perfecta, justo como lo deseaba, con esa intensidad. Luego, sin aviso aparece algo aún más intenso, el miedo, que al escuchar las bisagras perfectamente lubricadas, lo intenta, casi me apaga, casi me cega. Así, más intensa mi concentración hacia el oriente, vislumbrando los paisajes eternos en esa lejana cercanía, conociendo lo impalpable, o creyendo conocerlo, respiré hondo. Más hondo.

Mirar a un punto y permanecer es este, ya no es imposible, es imprescindible.